Crónicas de Nehmiah, Entrada LVII, Serie: Historias de una Emoción, Capitulo 1 "Los Humos del Tio Pedro"
- holisticbridgeheal
- 27 ago
- 3 Min. de lectura

Parte I :
Me llamo Pedro, y desde hace un mes, que me doy cuenta que no puedo sacarme de la cabeza las palabras de aquel médico que me atendió el año pasado,
con su bata blanca y su cara de póker:
—“Su hígado no está bien, señor.”
Como si me hubiera echado una sentencia.
Desde entonces me siento como una olla a presión.
Todo me molesta:
el vecino que golpea la puerta,
mi mujer que me insiste en que descanse,
el perro que ladra,
el tiempo que pasa
¡Hasta mi propia respiración me irrita!
Lo confieso!:
estoy enfadado con todos!!!.
Con el médico que me habló como si yo fuera un número!,
con mi cuerpo que me “traiciona!”,
con la vida entera que me cobra facturas que nunca firmé....
Dentro de mí, un humo espeso sube y sube,
como si estuviera a punto de explotar!.
El hígado, dicen...
¿Qué sabrán ellos?
Yo lo que siento es rabia!!!.
Una rabia vieja,
que viene de años de tragarme cosas que nunca dije!,
de aceptar trabajos que odiaba!,
de callar cuando me quemaba por dentro!.
Parte II:
Hoy, sin embargo, algo se movió.
Mientras estaba sentado en silencio, la rabia volvió a hervir…
pero por primera vez la escuché.
El fuego me susurró:
“no soy tu enemigo, soy tu alarma”.
Entonces lo comprendí...:
no es el hígado el que me falla,
es la ira la que lleva demasiado tiempo pidiendo su lugar.
El órgano solo refleja la historia que callé.
Recordé lo que un amigo me contó una vez sobre el Jin Shin Jyutsu:
que cuando la ira bloquea,
basta con sostener suavemente el dedo medio de la mano para empezar a liberar ese humo.
Lo probé...
Y aunque no fue magia instantánea,
sentí un alivio pequeño pero verdadero,
como abrir una ventana en una habitación cargada.
Hoy decidí no pelearme más con mi hígado, con mi doctor, con mi mujer, con el tiempo que pasa...,
decidí no buscar más culpables allá fuera,
decidí hacerme cargo, tomar responsabilidad...
Si me duele, es porque grita lo que yo no me atreví a gritar.
Y quizá,
solo quizá,
todavía estoy a tiempo de aprender que el fuego no siempre destruye:
a veces ilumina.
Parte III:
Han pasado unos meses desde aquel día en que el fuego me susurró.
Recuerdo la rabia, la impotencia, los gritos que me guardaba y que quemaban por dentro.
Hoy me siento distinto:
no porque no me enfade,
sino porque ya no lo escondo ni lo trago.
Ahora me permito decir lo que pienso,
aunque me tiemble la voz.
Me encontré con algo curioso:
cuanto más honesto soy, menos me enciendo.
El fuego ya no es incendio, es calor de hogar.
El hígado no aprieta, al contrario:
siento como si la sangre fluyera más libre,
como si mi cuerpo agradeciera que le quite peso a los silencios.
Cada mañana, mientras me hago mi respiración con la mano sobre el costado derecho
—ese gesto sencillo del Jin Shin Jyutsu que aprendí—,
siento que suelto capas de humo antiguo.
Respiro más hondo.
Camino más ligero.
Y cuando alguien me dice algo injusto,
ya no guardo el veneno: lo digo, lo suelto, y sigo adelante.
El tío Pedro que conocían, cascarrabias y callado, está cambiando.
Ahora me escucho más,
y al escucharme me escuchan.
Me siento en paz.
Y sobre todo, siento gratitud por mi hígado, que me mostró el camino a través de la ira,
y por la vida,
que me enseñó que detrás de cada grito interno hay un llamado al amor propio.



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