Crónicas de Nehmiah, Entrada LX, Serie "Histórias de una Emoción", Capítulo 4 "El Río Detenido de Eva"
- holisticbridgeheal
- 29 ago
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 31 ago

Parte I:
Me llamo Eva,
y desde hace semanas mi cuerpo me habla en susurros de agua estancada.
No lo digo en voz alta,
pero siento un miedo constante.
No a algo concreto:
miedo a lo que pueda pasar,
miedo a no tener fuerzas,
miedo a quedarme sola.
Las noches son las peores:
me despierto para orinar una y otra vez,
como si mi vejiga no confiara en guardar nada.
Y cuando llega el día,
mi espalda baja late con un cansancio extraño,
como si mis riñones llevaran siglos cargando piedras.
El médico dice que todo está bien.
Pero yo sé que algo profundo tiembla adentro,
como un río que dejó de fluir.
Parte II:
Hoy decidí escuchar más allá del ruido.
Y comprendí:
lo que me paraliza no es la vida, es el miedo que me cuento de ella. Mis riñones tiemblan porque he olvidado confiar.
Recordé lo que me dijo una terapeuta:
“el miedo es agua que se queda quieta; si le devuelves movimiento, se convierte en fuerza”.
Entonces, cerré los ojos y me imaginé un río que corría dentro de mí.
Un río limpio,
que lavaba mis miedos y los llevaba lejos.
Con cada respiración, una ola.
Con cada exhalación, un poquito menos de temor.
No fue magia instantánea,
pero sí semilla de calma.
Sentí que si sigo alimentando ese río, mis riñones dejarán de temblar y mi vejiga aprenderá de nuevo a confiar en guardar y soltar.
El miedo es natural, pero si lo guardamos demasiado se convierte en prisión. Cuando lo reconocemos, cuando lo dejamos correr como agua, se transforma en movimiento, en vida.
Parte III:
Hoy me siento distinta.
Durante años caminé como si tuviera un río congelado en el vientre,
con el miedo paralizando cada corriente de agua dentro de mí.
Los riñones eran dos piedras duras,
siempre cargando con el peso del “¿y si?”.
La vejiga,
mi pobre mensajera,
se volvía impaciente,
como si gritara en cada urgencia:
“Libera, confía, suelta”.
Hace unos meses empecé a escucharla.
Me acerqué a mis miedos como quien se acerca a un animal asustado:
sin brusquedad,
con ternura.
Los miré y entendí que todos nacían de lo mismo:
la ilusión de que no habría sostén bajo mis pies.
Y aquí estoy,
descubriendo que sí hay sostén.
Cuando respiro profundo y pongo mis manos sobre la zona lumbar,
siento un calor que me recuerda que no estoy sola.
El miedo sigue apareciendo,
pero ahora no lo dejo detener el cauce:
lo dejo entrar como lluvia pasajera que alimenta la corriente en lugar de bloquearla.
Mis riñones ya no son dos piedras:
se han vuelto manantiales.
Y mi vejiga agradece,
con menos urgencias,
con más calma,
como si por fin pudiera confiar en que la vida fluye.
Hoy me digo algo sencillo al despertar:
“El río sigue, yo también”.
Y de repente todo parece más ligero, más posible.
Cuando el miedo se transforma en confianza, el agua vuelve a correr.El cuerpo se convierte en cauce, y el alma aprende que siempre hay un sostén invisible bajo los pasos.



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