Crónicas de Nehmiah, Entrada LXI, Serie "Histórias de una Emoción", capítulo 5 "El Suspiro de Manuel"
- holisticbridgeheal
- 30 ago
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 31 ago

Parte I:
Me llamo Manuel,
y llevo un mes con una tos que no se va.
El médico dice que los pulmones están limpios,
que quizá es nerviosa,
que me relaje.
Pero yo sé que no es la garganta:
es más abajo,
es en el pecho.
Cada vez que respiro siento que el aire se queda corto,
como si no tuviera sitio suficiente dentro de mí.
Y cuando intento soltarlo,
un suspiro se me escapa solo,
hondo y cansado.
No lloro,
pero parece que mis pulmones lloran por mí.
Y como si no fuera suficiente,
mi vientre se resiste a soltar también.
Días sin evacuar,
un peso que me acompaña,
un tapón invisible.
Me siento lleno de cosas que deberían salir,
pero no encuentran la puerta.
Parte II:
Hoy, cansado de esta prisión, me senté en silencio.
Y entonces lo comprendí:
lo que mis pulmones no sueltan no es aire,
es tristeza.
Lo que mi intestino grueso no libera,
no es comida,
son duelos no llorados,
despedidas que no acepté.
El cuerpo me está mostrando lo que la mente no se atrevió a ver:
que he guardado tanto adentro que ya no queda espacio para el presente.
Recordé las palabras de un viejo sanador:
“cada exhalación es una rendición; cada evacuación, una liberación”.
Así que respiré más despacio,
más largo,
dejé que el suspiro se hiciera consciente.
Y me di permiso para llorar un poco,
aunque fuera en silencio.
No me curé de golpe,
pero algo se abrió.
El aire entró un poco más hondo.
El vientre, un poco más liviano.
Sentí que, si sigo soltando poco a poco,
quizá un día mi cuerpo vuelva a confiar en que sí sé dejar ir.
Parte III:
Hoy respiro distinto.
El aire ya no pesa como antes,
entra sin lucha,
como si mis pulmones hubieran aprendido a soltar.
He llorado tanto que pensé que me secaría por dentro,
pero no:
cada lágrima dejó un surco por donde ahora circula la vida.
El vacío en el pecho se ha transformado en espacio.
Ya no es hueco:
es apertura.
Camino despacio,
sin prisa...,
y descubro que hasta las despedidas tienen su dulzura.
El intestino,
antes cerrado en un puño,
ahora se mueve con calma,
como si también él hubiera aprendido a dejar ir.
No soy el mismo Manuel que se hundía en la tristeza,
ese se quedó en el ayer.
El que queda respira, suspira,y agradece cada bocanada como un regalo inesperado.
Exhalo primero para hacer soltar y hacer espacio
e inhalo para dejar entrar lo nuevo, lo fresco, la vida...



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